30 de junio de 2011

Salió con sus botas de lluvia. Las negras, como las que usan los bomberos. No se puso calcetines. Mantuvo el ansía de estar descalza. Estaba azul.

Caminó veinte pasos en la oscuridad, el aire viajaba con sonidos de carreteras y agua empujada por las calles. Gotas mediocres, de las que casi no mojan, llenaban sus hombros de puntos efímeros.

Pesado, todo estaba pesado. Las ideas de fracaso, la tristeza de estómago, el miedo y las ganas. Su cabeza llena de imágenes lejanas en ojos ajenos: selvas naranjas, ruinas verdeazul, adoquines brillando con reflejos de plazas doradas. Distancias y anhelos.

Es evidente por su andar que no entiende este ritmo. Que el mundo gira rápido y en el sol no se le notan las arrugas que le provoca el intentar seguirle el paso. Corre y se cansa y en las noches si hay silencio todo cambia.

No sabe cuando dejará de vagar, de caer. Pero seguirá caminando como siempre esperando que el azul no se atore tanto en sus tobillos.