2 de mayo de 2011

El la observa, la acompaña, la entiende. La ha visto deshacerse entre noches de desvelos, confusiones, distracciones y certezas. Eterno compañero, sonrisa asegurada. Esa mano que guía la suya cuando quiere ser guiada, ser otra. La mira con cariño, la aconseja. No hay celo no hay envidia, no hace falta la carne o la voz. El alma basta y acaso se ha partido. No. Se siente ajeno. Es parte y público, defensor y culpable. Eterno susurro, refugio de niña, vicio de adulta. El único que conoce la verdad... el único que la acepta. ¿Cómo podría sentirse sola?

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