22 de septiembre de 2016

Polilla


-          -¡mamá, mamá! ¿qué es eso? Una mariposa negra
-          -Es una polilla
-         - ¿polilla?

El insecto revoloteaba alrededor del foco de la sala del pequeño departamento. Siempre le habían gustado las mariposas, le parecían mágicas, pero nunca había visto una negra. Le dio miedo. Su madre lo notó así que abrió la puerta y con un pedazo de periódico intentó guiar sus órbitas hacia afuera. Cuando salió volando cerro la puerta tras ella.
-

- ¡Una polilla: qué asco! – Daniela señalaba una mancha oscura en un rincón de la pared. El griterío de los niños en recreo no parecía molestar el sueño del insecto.
-es asquerosa – insistió su amiga

Lo observó lo más que pudo, ahí arriba, hasta que le dolió el cuello. Daniela se había ido a jugar con los otros. Era tan parecida a una mariposa, aunque muy grande, como las que describían en los libros. Alcanzaba a distinguir las manchas marrones, irregulares y apagadas. Que tristeza, como si fuera un ser perdido, un paria abandonado a su suerte por sus primas más hermosas. Ausente de colores, de belleza, condenado a perseguir calores momentáneos. Como una historia de dioses griegos, un demonio condenado por exceso de vanidad. Sí, seguramente eso era.

Ella no tenía que preocuparse, nunca sería tan hermosa como para volverse altanera.
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-         -  ¡aaaaahh!! –

El chillido agudo de Marta tenía un toque de exageración y mientras gritaba se aferró al brazo de Emanuel. Parecía una danza ensayada demasiado bien, a muchos les parecería espontánea.

– Sácala de aquí porfavor – Rogó haciendo un gesto lastimero y coqueto.

La polilla había entrado por la ventana y varias chicas habían saltado para evitar su contacto. Solo un par de lámparas iluminaban el salón vacío, lleno de humo, música y voces anudadas.

– La voy a matar – dijo Pedro con voz arrastrada y grave.
-¡Nooo! Guácala – intentó interrumpir Marta. 

El zapato de Pedro estaba en el aire. Su ebria puntería falló y Emanuel se apresuró a tomar la lámpara y llevarla hacia la ventana.

El insecto siguió el resplandor entre la gente y los olores, hacía círculos casi bailando junto a ellos. Con ellos. Cuando estuvo cerca de la ventana un manotazo de Pedro la aventó hacia afuera, donde estaba el poste y su aura de mosquitos.
-


El revoloteo la despertó. Estaba muy cerca, junto a ella. La ventana quedaba justo junto a la cama y la persiana estaba abajo: algo estaba atrapado. Pero se movía de pronto. Estaba cansada y aunque no tenía miedo el golpeteo de esas alas que no había visto le causaba cierta inquietud. Pensó en el código morse, como unos golpes bien colocados podían ser comunicación.

Se llamaba Jaruka y sabía escuchar muy bien. Estaba tan cerca de la almohada que era como si bebiera sus sueños, sus secretos. Pronto le contó todo: los encuentros furtivos, ese enamoramiento prohibido que seguramente era obvio para todos aunque se había esforzado tanto por ocultarlo. Los ojos de Mara, tan claros y por eso tan perceptivos a la verdad, tanto que se lo había preguntado a Luis. Ahora solo había silencio, distancia, y algún mensaje ocasional en clave que le parecía lleno de magia. Jaruka escuchaba y soplaba con sus alas sobre esos pedazos de dolores pequeñitos como viento otoñal sobre las hojas caídas.

Abrió los ojos por la mañana y la buscó sin éxito. Quiso contarle a alguien de Jaruka pero ¿quién entendería?. Esa noche estaba por dormirse y de pronto, de nuevo, el amigo batir de alas. Se sintió acompañada, como si las mariposas de su abdomen hubieran encontrado confidente. Otra vez durmió contándole pedazos de historias mínimas.

Era ya de madrugada cuando, llena de noche y whisky se dejó caer sobre la cama. Le pareció sentir que la acariciaban suavemente, como con una pluma, para que conciliara más pronto el sueño.
Al volver del trabajo a la hora de la comida la encontró. Estaba ahí, quieta  y abierta sobre su almohada. Inmóvil y callada. Al fin la veía, al fin la conocía. Jaruka. Pronunció para ella misma. La puso sobre el espejo del tocador donde permaneció hasta que alguien la notó y la tiró a la basura.
-


- ¿Qué es eso, que es eso, que es eso? – Las palabras de Román se atropellaban mientras en sus ojos se evidenciaba el miedo.
- es solo una polilla. –
- Mátala, o sácala. Me causan mucha ansiedad, me dan asco y siento que me van a revolotear en los oídos cuando esté dormido. – seguía hablando muy rápido mientras se movía saltando de un lado a otro de la habitación, huyendo del contacto. Parecía un niño: era un niño. La tomó del brazo y se metieron al baño.
- no te preocupes, yo la mato. O la saco
- ¿segura?
-Si.

Abrió la puerta del baño y tomó una almohada que se había quedado en el piso. La polilla era clara, no tan grande, pero volaba dando vueltas amplias y desordenadas, chocando con las paredes y el techo. Dio un paso hacia el frente y esperó nerviosamente que se acercara volando.
Román la apretó repentinamente de los hombros, detrás de ella, gritando un poco cuando el animal vino hacia ellos. Se asustó y gritó también, tanto que tiró la almohada.
-         -  Me asustaste tonto!!! – dijo con risa nerviosa y un poco de molestia
-          - Lo siento lo siento.
-          - Metete en el baño.- Cerró la puerta y se dispuso a enfrentar a la polilla.

En cuanto la tuvo en la mira abanicó y la golpeó. En cuanto la vio en el suelo aventó la almohada para que le cayera encima.
-         -  Listo, ya puedes salir.
-         -  ¿ya? – dijo Román asomándose poco a poco - ¿Dónde está?
-          - Bajo esa almohada, no te preocupes
-          - Gracias

Ella lo abrazó y miró sus ojos agradecidos.

-          - Cuando quieras, yo te cuido. – lo besó en los labios. En verdad lo amaba.
-


Estaban recargados en la pared, sobre la cama, viendo la televisión. Entró volando desde la puerta, desde la oscuridad, hacia el único foco encendido en el pequeño departamento. Se miraron a los ojos.
-         - ¿qué hacemos?
-          -Dejala, que se canse.

Pero la polilla empezó a dar vueltas y a estrellarse contra la pantalla. Intentaron ignorarla.
-         - ¿quieres que la asuste o algo? - le provocó una sonrisa. Alguien la cuidaba.
-          - Si quieres. – respondió ella. En cuanto el se levantó la polilla se escabulló por un pequeño espacio por la puerta del closet.
-         -  ¿y ahora?
-          - Cierra la puerta, que se duerma ahí dentro.


El volvió a la cama. No tenía camisa y su piel suave y lisa estaba ahí, encendida para ella. Llevaba ya tiempo girando a su alrededor, revoloteando para el, tropezando a veces y volviendo a aletear. Apagaron la luz y todo fue silencio. En la oscuridad no hay distracciones y algunos seres alados encuentran mejor su hogar. 

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