25 de febrero de 2014

15082012

Recuerda mi piel. Recuerdo tu aliento.
Vienes de mareas viejas a tocar en mi ventana Ahí están las huellas todavía, nunca supe como borrarlas. Ni las tuyas ni las de nadie. 
De entre las corrientes me miraste. Aprendiste a bailar conmigo. Esas idas y venidas, aquellos balanceos tan calientes.
Recuerda mi piel. Sé que lo haces y por eso vienes con tu máscara de ligereza, con tus intenciones de ego. Hablas del tesoro que partiste y tomaste sin permiso. Hablas de las noches de aliento y sin aliento. Llenas todo con tus imágenes de vino y búsqueda de sombras cómplices: momentos viejos, pasiones empolvadas, muertas.
Ahí estuvieron y ardieron como nosotros pintándonos de rojo sobre la alfombra o abrazados en la velocidad.
Recuerda mi piel: tu quieres que mi piel te recuerde. Recuerde tu aliento y tu lengua, que reviva tus ojos en mi cuerpo y tus manos en mis mareos. Tu cacería. Tu presencia.
Mi piel te recuerda si le permito concentrarse: hace caso a esos ritmos que encendían mi vientre, que marcaban en mil poros un camino que supiste seguir demasiado bien, por un tiempo al menos.
Recuerdas mi piel y a veces desde lejos y en silencio me lo gritas. Estiras tu mano sin moverte, quieres derretirme, probar aquel poder que tuviste y cataste desde el inicio de mi cuello. 
Recuerda mi piel y cómo se erizaba. Recuerda mi peso, mi sudor, mi sonrisa.
Recuerda el juego, era divertido casi demasiado, casi prohibido. Anónimo y evidente, escondido y obvio. Así fue nuestro nadar por aquel mar en el que quizá perdí un poco de mi deseo que se siente extraño recordar.
Recuerdas mi boca que fue tuya, mi lengua, mi anhelo vertido en ti y entre tus sábanas.

Hoy mi barco es otro, aunque este punto atrás de mi oreja aun a veces te recuerde también. 

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